
Clavando banderas ajenas
Una de las batallas más persistentes que hemos librado en Colombia vuelve a manifestarse hoy, con el sabor amargo de la frustración. Se trata del país que aparece solo después del éxito, del fenómeno hipócrita de los titulares patrioteros. El “colombiano en su máximo esplendor”, como dirían algunos con sorna.
Esta semana, varios medios titularon con entusiasmo: “¡La colombiana!”, en referencia a Susana Vásquez, la guitarrista que acompañó al cantante Benson Boone en el festival Coachella. Es, sin duda, motivo de orgullo ver a una compatriota en uno de los escenarios musicales más importantes del mundo. Sin embargo, antes de que todos corran a pegarle la bandera tricolor, habría que preguntarse dónde estaban esos mismos titulares cuando Susana tocaba en bares locales, enviaba correos en busca de una visa, o vendía rifas para financiar una gira independiente.
Lo que indigna no es el orgullo legítimo por su logro, sino la apropiación oportunista del éxito ajeno. Ese patriotismo de último minuto, que se activa solo cuando alguien triunfa en el exterior, pero que brilló por su ausencia durante el proceso arduo, solitario e invisible que lo precedió. Es el mismo fenómeno que ocurre cuando una multitud se pone la camiseta después del gol… pero no entrenó con el equipo, no compró el balón, ni siquiera asistió al partido, y solo supo criticar.
Este es un síndrome común en América Latina: invisibilizar el talento local hasta que el reconocimiento extranjero le otorgue una suerte de legitimidad. Una vez llega ese “sello de aprobación” gringo o europeo, entonces sí: los medios, las marcas y los políticos se suben al bus del triunfo como si siempre hubieran estado allí. Los ejemplos abundan: Montoya, Shakira, Juanes, Diana Trujillo… figuras que, en muchos casos, solo encontraron en Colombia la motivación para irse y buscar otras oportunidades.
Lo que molesta es la hipocresía mediática, esa narrativa nacionalista que romantiza las fallas estructurales del país, haciéndolas pasar como si fueran parte del mérito. “Colombia triunfa”, dicen, como si el país —entendido como estructura institucional— hubiese hecho algo para apoyar ese camino. La realidad es cruda: no hubo becas, ni pasajes, ni apoyos significativos. El éxito fue personal, pero se colectiviza en el momento de los aplausos.
Detrás de cada caso de éxito hay marcas, influencers, medios y figuras públicas que celebran el talento solo cuando este se vuelve viral. Hasta entonces, no sabían siquiera quién era. Y si Susana Vásquez no hubiese aparecido en Coachella, seguiría siendo invisible.
Es hora de cambiar la narrativa. El verdadero apoyo comienza en el origen del proceso, no en su consagración. Hay que visibilizar el talento sin esperar que The New York Times nos diga que alguien es bueno. Hay que acompañar, no seguir. Apostar por el desarrollo, no solo por el resultado.
No es que “Colombia triunfa”. Triunfan los colombianos, muchas veces a pesar de Colombia.