El fenómeno de los realities de morbo: un espejo incómodo de la sociedad colombiana

El fenómeno de los realities de morbo: un espejo incómodo de la sociedad colombiana

En las últimas semanas, el fenómeno televisivo de “La Casa de los Famosos Colombia” ha acaparado titulares, tendencias en redes sociales y conversaciones cotidianas. Una producción que, a pesar de no ofrecer una narrativa compleja ni un aporte educativo claro, ha conquistado a millones de espectadores con una fórmula conocida: morbo, conflictos, chismes y expresiones coloquiales, incluso groseras.

La pregunta que inevitablemente surge es: ¿por qué este tipo de contenidos tiene tanta acogida en la sociedad colombiana? ¿Qué revela sobre el momento cultural que vivimos?
La fórmula del entretenimiento instantáneo

Programas como “La Casa de los Famosos” son herederos directos de un modelo de entretenimiento basado en la inmediatez emocional. No apelan a la reflexión, al análisis o al aprendizaje: apelan, en cambio, a instintos básicos como la curiosidad, la indignación, la empatía superficial y el deseo de “ver caer” o “ver triunfar” a personajes conocidos.

El formato reality-show explota algo que los psicólogos sociales conocen muy bien: el ser humano es naturalmente curioso sobre las vidas ajenas. En el caso colombiano, esta curiosidad se potencia en una cultura mediática donde el acceso a contenidos de calidad ha sido históricamente limitado, y donde el “chisme” ha sido una herramienta social de cohesión y entretenimiento desde tiempos coloniales.
Morbo como mecanismo de evasión.

En un país marcado por décadas de conflicto armado, desigualdad, crisis institucional y frustraciones sociales, realities como “La Casa de los Famosos” funcionan como válvulas de escape. Mientras los problemas estructurales parecen insolubles, seguir las peleas banales de celebridades ofrece una ilusión de control y entendimiento. Es mucho más fácil “tomar partido” en un conflicto televisado que comprender las complejas dinámicas de corrupción política, violencia rural o crisis económica.

El morbo, en este contexto, no es un accidente: es una necesidad emocional, casi terapéutica. Al observar cómo otros fracasan, se humillan o revelan sus miserias, los espectadores sienten —consciente o inconscientemente— que sus propios problemas disminuyen en gravedad.
La normalización de lo vulgar

Otro aspecto que no puede pasarse por alto es cómo estos programas normalizan y celebran conductas problemáticas: gritos, insultos, traiciones, agresiones verbales. En lugar de generar rechazo, estos comportamientos son convertidos en “momentos icónicos”, “memes” y “clips virales”. La vulgaridad y el conflicto se transforman en moneda de cambio mediática.

Esto responde también a un fenómeno global: la llamada “cultura del escándalo”, en donde la atención se mide en cantidad de clics, likes y reproducciones, sin importar la calidad del contenido. En Colombia, donde el acceso masivo a redes sociales ha crecido de manera explosiva en los últimos años, esta cultura se ha asentado con particular fuerza.

Hay varias razones que explican la popularidad de estos programas: Los espectadores encuentran en los famosos problemas, defectos y reacciones similares a las suyas, reforzando la sensación de pertenencia y normalización, a diferencia de productos culturales más elaborados, los realities son de consumo rápido y fácil comprensión, no exigen esfuerzo intelectual ni concentración sostenida, en un entorno cotidiano estresante, el entretenimiento ligero se convierte en refugio, la gente prefiere desconectarse antes que enfrentarse a contenidos que demanden introspección o análisis crítico.

Además, la posibilidad de votar, comentar, y “tomar partido” genera un sentimiento de poder y pertenencia en la audiencia, algo que muchas veces falta en la vida política o social real y las plataformas digitales amplifican los momentos más polémicos, haciendo que incluso quienes no ven el programa estén expuestos a sus contenidos.

Al final, “La Casa de los Famosos” y programas similares son más que un simple producto televisivo, son espejos, ellos reflejan una sociedad que ante la desesperanza, elige entretenerse con el conflicto ajeno antes que enfrentarse a sus propios demonios. Una sociedad donde la popularidad pesa más que el mérito donde la humillación pública se convierte en triunfo viral.

¿Es responsabilidad exclusiva de las productoras? No. La televisión, como cualquier industria, responde a la demanda del mercado, mientras haya millones de espectadores ansiosos por consumir este tipo de contenido, habrá oferta, el verdadero debate no es si estos programas deben existir o no. El verdadero debate es: ¿qué nos dice de nosotros mismos el hecho de que no podamos dejar de mirarlos? Y más importante aún ¿qué tipo de sociedad estamos construyendo si nuestros ídolos son los que mejor saben gritar, insultar o traicionar frente a una cámara?

Quizás, en esa respuesta, encontremos algo mucho más preocupante que cualquier pelea televisada.

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